domingo, 2 de agosto de 2009

Enmascarado cinismo



Me gusta llegar tarde, colarme por la entrada y hacer que no pasa nada, la pena se va yendo de poco en poco, cuando la simulación es más que exagerada.

Detrás de la caída libre, se escapa entre las manchas lo absurdo de los desplantes, -solo sirven cuando hacen sentir mal- pero cuando vienen de personas absurdas y disolutas, la oscuridad pierde terreno. Es decir están clasificadas como in nobles y perezosas, -la trivialidad de la superioridad-.

Volveré a la locura de Kant, clasificar, casi igual que Aristóteles.

Los demás son bichitos, claro bichitos insignificantes de relaciones exteriores, de pereza impredecible, de aspectos amorfos y con cerebros en vacio -porque no sé lo que sus mentes gestan de inteligencia- "si es que la tienen"

Se convierten en bichitos porque les quito su valor significativo de sujeto y los convierto en objetos, objetos simples, con gravedad astral sin almas.
A me complace saber que sus almas o lo que llamo de vez en cuando, aspecto llamativo de simpatía, se me cae por los pies, y lo pateo, con arrogancia remotamente feliz.

Desproporcionar al otro, se asemeja una escala de valores, volverlos insignificantes te hace sentir superior y feliz contigo mismo, una especie de barrera de autoprotección. La contra defensa destructiva humanista. Quitarle importancia los reduce a nada y los manda al diablo eternamente. La gente se descarta sola.


Pero me fascina llegar tarde, simularme la dormida en mi abstracción de globo fértil.

Y mandar a todos al carajo, que pueden depender de mi tardanza.